Camino a Ushuaia, por la ruta del fin del mundo

Fotografía: Patricia Ainol

De repente el bus paró. Extraño y peligroso en medio de tan solitaria estepa. Sin embargo, no era ningún pinchazo de rueda, ni desperfecto alguno, todo lo contrario, se trataba de respeto. El vehículo que sea, aquí se detiene y deja el paso libre a los habitantes más famosos y abrigados de estos inhóspitos territorios; las ovejas. Es que en Tierra del Fuego, estos animalitos son más numerosos que los seres humanos, y se apropian de los caminos interiores que se internan más lejos de donde termina Chile.





La mítica isla del extremo sur, al otro lado del Estrecho de Magallanes, no era mi destino final, sino que parte mi trayecto hacia el último refugio citadino del ser humano, la ciudad de Ushuaia. ¿Te enseñaron alguna vez que en Chile están las ciudades más australes del mundo?

Pues debo decirte, que nos guste o no, la última urbe que existe antes que se acabe el mapa es Argentina, un lugar con todo lo que debe tener una ciudad, es decir, comercio, turismo, incluso industrias y por supuesto, más de 50 mil habitantes.

Como quiera que hubiera sido, allí quería estar yo. Me gusta viajar, me gusta recorrer, pero no soy un viajero empedernido ni experimentado, y eso ayudó a que me pegara el primer portazo con el precio del pasaje entre Punta Arenas y Ushuaia; un asalto, pero era un asalto que había que aceptar con hidalguía y honores, pues se trataba de deambular por los mismísimos confines del mundo conocido.

El siguiente portazo, el trayecto. Se sabía largo, pero subir a un bus a las 6 de la mañana  y bajarte a las 11 de la noche era otra cosa, pero lo bueno es que era un trayecto con muchos condimentos.

El primero de ellos, el cruce del Estrecho de Magallanes. No recuerdo bien el tiempo exacto que dura el cruce en Punta Delgada, pero de lo que sí me acuerdo es de esa sensación que se experimenta en las manos y en las mejillas heladas allí arriba del ferry, y que te dice que vas camino, literalmente, al fin del mundo.


Tres fotografías que muestran el cruce del Estrecho de Magallanes, en el sector de Punta Delgada

Viajar en bus también le da un poco de contexto a tu recorrido, y en este caso era un contexto bien amplio; españoles, una pareja de Francia, belgas, norteamericanos, un par de chilenos y también argentinos regresando a su patria, conformaban el vario pinto grupo, un pequeño mosaico de idiomas metido en los 40 asientos del bus.  

Entrando a las estepas

Luego de abandonar el pavimento, nos internamos en los paisajes fueguinos propiamente tales. Varios kilómetros sin nada más que estepas, cercos, lomajes, luego una estancia, un poco más allá, una mancha con miles de ovejas devorando el pasto, algunos caballos, luego un arriero en la soledad de los páramos, después nada, luego otra estancia, y así por varias horas. Más ovejas en el camino, una detención, después otra, subidas, bajadas y así hasta llegar a la frontera.

Paisajes de estepa, ya al interior de Tierra del Fuego

Allí, acompañado de la línea del horizonte, se perfilaba la aduana del Paso Internacional San Sebastián. Los puestos fronterizos en Magallanes son distintos a los del resto de Chile, pues aquí no hay cordillera. Si no fuera por los trámites que se deben realizar y los monolitos, nada más haría presagiar que estamos pasando la línea roja del mapa que dice que estamos en otro país.

Aduana Argentina, Paso Internacional San Sebastián
Una vista desde arriba del bus de la ciudad de Rio Grande, al borde del atlántico argentino

Ya en Argentina, en cosa de minutos se puede ver el atlántico, antes de arribar a la ciudad de Río Grande. Allí hay transbordo, se deja el bus y se continúa en una van, vehículo en el que recorrimos el borde del atlántico sureño en un melancólico atardecer para llegar a la localidad de Tolhuin.

Recuerdo que desde este punto, se encuentra la sección más espectacular del viaje. La Ruta 3 deja las planicies y se mete a la cordillera, pasando por la orilla del gran Lago Fagnano, algunos caseríos, para luego enfilar hacia el sur, dejando el lago para subir y subir una cuesta hasta un paso con una espectacular vista. Debe haber sido tarea prodigiosa hacer un camino en estas alturas, con este clima y en este lugar del planeta.

La ruta por el borde atlántico en el sur argentino, después del cambio de vehículo, camino a la localidad de Tolhuin

La ruta serpentea y serpentea y se abre paso por entre afiladas montañas, y desde las alturas ya se pueden ver las luces de la última ciudad del mundo, Ushuaia. Y digo las luces, porque la llegada fue tipo 11 de la noche. Una lástima me da ahora escribir y no tener fotos de esa parte espectacular de la ruta

Lo escribo, recordando los paisajes con ese atisbo tenue de luz que da el atardecer al otro lado de la puesta de sol y la noche con un cuarto de luna. Recuerdo el brillo extraño de la nieve en el paso por las montañas y lo excepcional que es encontrar una ciudad en medio de tan helados y hermosos parajes.

Vista de una de las calles principales, en el centro de Ushuaia

Como dato y si eres de esas personas que quiere parar cada 15 minutos a tomar fotos, te recomiendo no hacer este recorrido en bus. Es obviamente más caro, pero te da la libertad de disfrutar a concho de todo lo que ves. La mayoría de los viajes se hacen una vez en la vida, y es preciso hacerlo con todo, si no pa qué, como dice el dicho popular. También puede ser un buen recurso dormir en Río Grande y partir bien temprano hacia el sur, para deleitarse con las vistas y no lamentar la falta de luz como me pasó a mí.

¿En qué quedamos? A verdad, en Ushuaia…pero la ciudad del fin del mundo, merece un capítulo aparte.