El Manco; del sol a la nieve en un par de horas.

Despertamos con un peso helado encima de la cabeza. ¿Que onda?  El cubretecho y la tela de la carpa pegada a la frente con un frío que te lo encargo.

Como pude, me levanté y casi al mismo tiempo, mi socio de trekking en la carpa de al lado, hacía lo mismo. Nos miramos como si nos hubieran abducido los extraterrestres y llevado a otro lugar. Porque claramente era otro lugar.

Vista nocturna de la Laguna El Manco, con buen clima.
Casi la misma captura, pero en la mañana siguiente con nieve.

Habíamos carreteado hasta la madrugada y estaba despejado cuando nos acostamos o eso era lo que nos acordábamos. El dato de la noche despejada y con estrellas era clave, porque a las 9 de la mañana, estaba todo cubierto…y con nieve.

El escenario era dantescamente diferente. Lo que habíamos conocido a todo color, ahora estaba cubierto con un monocromo blanco, hermoso, pero peligroso al mismo tiempo. El día anterior, habíamos subido desde la localidad de Polcura, hasta la laguna El Manco, en la precordillera del valle del Río Laja, con un sol abrumador.

El trayecto, de 11 kilómetros aproximadamente y que asciende hasta los 1300 metros, se realiza primero entre plantaciones de pinos y caminos madereros, para después adentrarse en el bosque nativo, con toda la magia que dan los Robles, Coigues, Lengas y otras especies.

Laguna El Manco, Foto: www.agenciagradual.com

Llegar a la Laguna El Manco, después de varias horas bregando contra el cansancio y el calor, es motivo suficiente para zambullirse en las aguas y disfrutar de la calidez de un bello atardecer. Los tonos rojizos y amarillos auguraban un excelente jornada al otro día. No lo sabíamos hasta ese momento, pero la  meteorología allí arriba nos deparaba esa helada sorpresa.

La noche dio píe incluso para hacer algunas fotos, aprovechando el cielo estrellado y sin contaminación lumínica en esas latitudes. Y todo bien hasta esa mañana, cuando aparte del bello panorama nevado, nos dimos cuenta de dos aspectos que nos inquietaron: no teníamos la ropa e indumentaria adecuada y la nieve estaba borrando la huella.

El desarme del campamento, antes de todo lo pronosticado, fue hecho en medio de minutos frenéticos. No importaba que estuviera todo mojado, la cosa era echar todo en las mochilas e iniciar el regreso.

Platos, ollas, linternas y todo metido a la fuerza y revuelto al interior, producían un sonido casi de orquesta; no hubiéramos servido para una misión secreta en la cordillera, nos escuchaban a kilómetros a la redonda.

Aún así, logramos llegar hasta donde el camino estaba bien definido, en medio de los árboles nativos milenarios. Desde ahí el trayecto se hizo más pausado. Y la lluvia, que reemplazó a la nieve bajo los mil metros de altura, nos sirvió para limpiar los pensamientos y darnos cuenta que como bien dicen los montañistas experimentados, no hay mal clima, lo que hay es la falta de indumentaria adecuada.

Las experiencias en la montaña son claras: el ser humano no controla las condiciones climáticas y aunque te embriagues con el calor del sol, no te fies, y siempre lleva lo necesario, en caso que todo cambie arriba en la cordillera.