Un fracaso que tuvo éxito en medio de la cordillera
Todo comenzó por un impulso. Un fin de semana cualquiera, las ganas, un vehículo y listo. Queríamos un lugar cerca, y a alguien se le ocurrió la idea de cierta ruta de mediana dificultad, que no debería acarrearnos ninguna zozobra.

Ahorrándose los detalles, ya subiendo, de repente nos atorábamos en la nieve blanda, avanzábamos tres pasos para retroceder dos, pero eso no importaba. Descansar sobre los bastones, dar la media vuelta, admirar la panorámica y dejar que el viento frío te susurre un poquito, es ya un gusto.


En esos momentos, se logra la comprensión que allá arriba uno no hace lo que quiere, es la montaña la que te muestra el camino o te lo cierra y con esa mesura, seguimos, dejando al sol a nuestras espaldas.
Poco a poco, la excitación del principio, fue dando paso a la creciente incomodidad de no encontrar nuestro tan ansiado destino. Se nos pasó por la cabeza la idea de acampar, pero las ráfagas de viento cada vez más violento, no daban tregua, ni resguardo en esa cordillera que iba mostrando sus garras.



La noche llegó y con ella también el desgano, el hambre y el frío. Las tallas del comienzo se fueron desvaneciendo y los debates outdoors se fueron haciendo cada vez más intensos. En eso estábamos, absolutamente a merced de la nieve y de la madre naturaleza, cuando de pronto una de nuestras linternas alumbró algo que brillaba en la oscuridad.
¡Lo encontramos, lo encontramos!…¡Llegamos y la ctm!…¡Viste que era por aquí!…decía uno. Pero había algo que no cuadraba, la construcción no era lo que andábamos buscando.
Sin embargo, no importaba si era un mall, un regimiento, un colegio o la casa de un hobbit, habíamos solucionado, por lo menos, el terrible problema de donde guarecernos.
Y la siguiente batalla, fue tratar de entrar.
Ingenio, sobrevivencia…y al final pura brutalidad
La absoluta ausencia de algún ser humano, puertas tapiadas y ningún recoveco, dejaban como única posibilidad el quebrar un vidrio para entrar y guarecerse…a lo más flaite. No obstante, nuestro ímpetu delincuencial llegó hasta que lanzamos la primera piedra; rebotó.
Sí, rebotó. Eran de esos vidrios a prueba de golpes, a prueba de balas y bombas atómicas. Lo que ocurrió a continuación no fue flaite, ni delincuencial, sino que pura sobrevivencia. Había que entrar a como de lugar y con palos y piedras, derribamos una ventana de una puerta chica.
Un espacio con cuatro piezas muy chicas, con wc, porque eran los baños, sirvió para instalar nuestras cocinillas y tomar la mejor sopa del mundo, el mejor atún del mundo y la mejor comida del mundo. Para nosotros era un palacio.
Fue la primera vez que dormí abrazado a un wc. Había pernoctado muchas veces a la intemperie y mil batallas en exteriores, pero nunca había dormido en un baño.
En la noche más profunda, el viento blanco hizo de las suyas en el exterior. Si nos hubiéramos quedado en carpa, el cuento habría terminado de diferente forma. Pero la montaña no quiso eso. A la mañana, salimos por el mismo agujero por donde habíamos entrado, el viento amainó y decidimos aprovechar esa ventana de clima para bajar.
El aprendizaje fue rudo. Nunca más nada al azar, ni siquiera si se trata de una ruta que uno cree que es fácil. Cuando llegamos al vehículo, recordé esa frase de la película Apollo 13…fue un fracaso que tuvo éxito.

